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El profesor de Stanford que ha revolucionado la casación

8 julio, 2024

Ha venido a cambiar las reglas del juego

Un momento Eureka.

El “momento Eureka” es el instante creativo en el que se descubre la solución a un problema que parecía irresoluble. Desde que Arquímedes saliera gritando de su bañera, la historia de las artes y las ciencias ha sido una línea evolutiva de momentos Eureka.

A Arquímedes, el subidón de su descubrimiento le hizo correr en pelota picada por las calles de Siracusa. No se detuvo ni para coger la toalla. Algo parecido ha pasado esta primavera en los círculos de casación de Estados Unidos.

El mes pasado se hizo público que un profesor de Stanford había creado un método novedoso para cuantificar el nivel de disparidad de criterio que existe entre los tribunales de apelación. Igual que ocurre aquí, el hecho de que distintos tribunales de apelación den respuestas diferentes a un mismo problema jurídico es un llamamiento para que el Tribunal Supremo tenga la última palabra. Es el indicador más claro de interés casacional.

Y el ingenioso profesor Joseph A. Grundfest ha sorprendido al mundo con un nuevo sistema para medir ese interés.

En la sencillez está la genialidad

Cada año se presentan miles de recursos de casación, pero el Tribunal Supremo solo admite a trámite entre 70 y 80. El régimen de admisión se denomina certiorari y se basa en la discrecionalidad judicial. Es decir, el Tribunal decide libremente qué asuntos selecciona porque le parecen más interesantes.

La Supreme Court Rule 10 da unas guías sobre las razones para ordenar la admisibilidad de los recursos. Son pautas indicativas que no merman ni condicionan la discrecionalidad judicial. La más importante es la discrepancia de criterios de tribunales federales de diferentes circuitos (jurisdicciones) sobre la misma cuestión relevante.

Tradicionalmente, los abogados casacionistas han aplicado la vieja regla de “contar cabezas”. Hay un grupo de tantos tribunales que dicen A y otro grupo de tantos tribunales que dicen B. Con un ratio de 1:1.

Sin embargo, el pasado mes de abril Grundfest presentó una metodología más sofisticada para cuantificar el grado de desacuerdo entre los tribunales de segunda instancia. Lo hizo en un artículo llamado Quantifying the Significance of Circuit Splits in Petitions for Certiorari.

La premisa de la nueva metodología de Grundfest es sencilla. En lugar de limitarse a contar el número de tribunales de apelación alineados en cada posición, el nuevo método tiene en cuenta la “cuota de mercado” de los circuitos implicados en la división para medir con mayor precisión la magnitud del conflicto.

“No todas las divisiones de circuitos son iguales”, afirma Grundfest. Nueva York es el centro financiero del país. Los Ángeles, la meca del cine y el espectáculo. Texas es líder en “oil & gas”.

Es decir, el académico no se limita a hacer una suma aritmética de jueces discrepantes, sino que pondera la división de criterios con dos elementos cualitativos. El primero es la cuota de mercado afectada (“aggregate circuit split share”) y el segundo el ratio de división (“split ratio”). El mayor interés jurídico del caso se producirá, calculado empíricamente, cuanto más cuota de mercado se encuentre afectada por la controversia y cuando el ratio de división judicial sea más cercano al 50%-50%.

Es decir, una cosa es que cada juez haga de su capa un sayo y otra muy distinta que todos los sayos sean iguales y valgan lo mismo.

La Rule 10 señala que la disparidad de criterios judiciales debe presentar una cuestión relevante. Pero no regula cómo debe medirse esa discrepancia.

“Es la primera innovación en este campo en un millón de años”, bromeó el profesor en una entrevista con un medio jurídico.

Esta nueva metodología podría ser una herramienta de persuasión muy potente para los abogados que litigan ante el Tribunal Supremo. En manos expertas ofrece más posibilidades que la plastilina.

La prueba del algodón

Si Grundfest publicó su artículo en abril, no tardó mucho en atreverse a poner a prueba su experimento. Al mes siguiente presentó ante el Tribunal Supremo un amicus brief en el caso NVIDIA Corp. a favor de la admisión a trámite del recurso por considerar el debate de especial interés jurídico en el ámbito de los litigios financieros.

La demanda inicial la interpuso un grupo de inversores perjudicados por la caída de la acción sobre la base de que la compañía de inteligencia artificial había proporcionado al mercado información engañosa sobre el impacto de la venta de criptomonedas en su negocio.

Las métricas del “circuit split” del caso eran rotundas. En una de las cuestiones jurídicas planteadas al Supremo solo había tres cortes federales implicadas con criterios dispares, pero representaban casi dos tercios (64%) del mercado de las acciones colectivas financieras. En otra cuestión, el mercado relevante afectado era del 86%. Y los ratios indicaban una división muy igualada.

En los medios de casación que sigo han estado estas últimas semanas esperando la decisión del Supremo con bastante nerviosismo. No los nervios masivos del inicio de la Eurocopa. Más bien, un nerviosismo de nicho. Intelectualoide. De cenáculo de iniciados. De estreno de Star Trek. Pero nerviosismo, al fin y al cabo.

Y hace unos días saltó la noticia. El Supremo había decidido admitir a trámite el recurso de NVIDIA Corp.

La idea del profesor había funcionado.

Eureka.

Imagino que más de uno no tuvo tiempo ni de coger la toalla.

 

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